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EDUCACIÓN AMBIENTAL – ¿ENERGÍA FABRICADA EN CASA? / Investigación periodística de Luciana Sousa (Argentina)

Artículo publicado originalmente en la revista
“NUEVA”, el 31 de enero de 2010.

¿Qué pensaría si le dijésemos que la bolsa de basura que hoy sacará a la calle puede generar la energía que necesita para utilizar en su casa?

Lejos de ser una utopía, la posibilidad de abastecerse energéticamente a partir de residuos y plásticos es una realidad en varias ciudades del mundo. Y con respecto a la expansión de este fenómeno a más destinos, los especialistas en la materia muestran unos grandes optimismos.

Uno de ellos es el economista Jeremy Rifkin, asesor de la Fundación Tendencias económicas y asesor del ex vicepresidente estadounidense Al Gore, quien vaticinó en una conferencia reciente que los hogares y las pequeñas y medianas empresas podrán generar su propia energía y almacenarla en baterías de hidrógeno. Asimismo, aseveró: “Se podrá compartir la energía generada en cada hogar e industria, al igual que se comparte información a través de Internet”.

Técnicamente, esto es posible, asegura Horacio de Beláustegui, licenciado en Ecología y Recursos Naturales y director de la Fundación Biosfera (Argentina). “Los desechos orgánicos, que constituyen la mitad de los residuos domiciliarios, son la materia prima que se necesita para generar el biogás, una mezcla de gas producido con bacterias que actúan sobre la biomasa, compuesto en un 70 % por metano y un 30 % por dióxido de carbono, con trazas de otros gases”, explica de Beláustegui.

Este tipo de residuos se trata con un biodigestor, que es la herramienta que trabaja sobre los materiales orgánicos en condiciones anaeróbicas (sin presencia de oxígeno). “Tirar los residuos orgánicos a la basura es como tirar combustible en un pozo, es un derroche de energía”, sintetiza el especialista.

En el caso de los plásticos, el recupero es aún menor: estudios ambientales en la Unión Europea calculan que, a nivel mundial, sólo se recicla un 20 % del plástico que se produce, y el resto va a parar a la basura, cuando un gran porcentaje de ellos, con un tratamiento adecuado, podría generar electricidad, calor y combustible.

“Las ventajas de utilizar fuentes alternativas de energía son múltiples”, señala de Beláustegui: “Se reduce el consumo de energía proveniente de recursos no renovables y la emisión de gases de efecto invernadero, al tiempo que disminuye a la mitad la cantidad de residuos que se vuelcan en los rellenos sanitarios, que hoy están colapsados y contaminan aire, agua y suelo”.

COMUNIDADES MODELO

Los países pioneros en este tipo de experiencias son los europeos, donde centenares de municipios ya valoran y aprovechan la energía proveniente de los desechos orgánicos. Así, en la ciudad francesa de Lille, los colectivos funcionan con el biogás generado por los residuos de los mismos ciudadanos.

Otras ciudades lo transforman en electricidad para la iluminación pública, y en calor para la calefacción de los edificios públicos.

En nuestro país (Argentina) hay algunas comunidades modelo, como Colonia Emilia, una población de 800 habitantes ubicada en la Provincia de Santa Fe, en la que funciona el biodigestor de la primara comuna de la Argentina, que transforma la totalidad de sus residuos domiciliarios orgánicos en biogás y abono. El tratamiento de la basura que producen sus propios ciudadanos genera un caudal de biogás que sustituye unos 15 kilos de gas envasado por día.

El ingeniero Eduardo Groppelli, director del Centro de Estudios y Gestión Ambiental (CEGA) de la Facultad de Ingeniería Química de la Universidad Nacional del Litoral, e integrante del Grupo de Energía No Convencional que funciona dentro de esta misma casa de estudios, fue el encargado de supervisar el desarrollo de los aspectos técnicos de este digestor.

Al respecto, el ingeniero precisa: “Es en el sector agroindustrial donde se llevan realizadas las mejores experiencias, ya que cuentan con el financiamiento adecuado y pueden amortizar el costo de un biodigestor. Si bien la tecnología ya está desarrollada, todavía no es competitiva porque no hay financiamiento en todos los sectores”.

Groppelli sostiene que el primer paso hacia una comunidad como Emilia es el correcto tratamiento de los residuos domiciliarios y la diferenciación entre residuo orgánico e inorgánico, como plástico, vidrio, papel y latas. Además, advierte que con una buena gestión de residuos, se puede recuperar el 70 % de lo que hoy se tira a la basura y, al mismo tiempo, cuidar el medio ambiente.

Según Groppelli, este tipo de experiencias son más factibles de implementar en sociedades rurales pequeñas, donde también pueden utilizarse otro tipo de fuentes energéticas (como el sol en las provincias del noroeste, y el viento en la zona cordillerana y la Patagonia). “Estas fuentes descentralizadas de energía utilizan los recursos ambientales de cada región para generar su propia energía. De esta forma, no sólo se reduce el consumo energético a partir de hidrocarburos, sino que se democratiza su disponibilidad, ya que el sol sale para todos.”

HACIA UNA POLÍTICA AMBIENTAL

Como sucede en otras disciplinas, los desarrollos tecnológicos van un paso más delante de las políticas para su implementación. El caso de la energía sustentable no es la excepción.

Actualmente, en la Argentina se encuentra en marcha el Plan Nacional de Gestión Integral de Residuos Sólidos Urbanos (GIRSU). Este proyecto, que cuenta con financiamiento internacional, tiene como objetivo reducir los residuos enviados a disposición final y su óptimo tratamiento.

Pablo Mesa, coordinador del plan GIRSU, cuanta que el proyecto se encuentra avanzado en varios municipios: “Hay muchas jurisdicciones que ya tienen sus planes GIRSU y algunas otras están concluyendo sus respectivos procesos de licitaciones para la adjudicación de distintos tipos de obras. Hasta el momento, la evaluación es positiva.”

Los especialistas coinciden en que es necesario implementar un plan integral que contemple el problema de la energía y el de la basura.

En ese sentido, Raúl Estrada Oyuela, presidente de la Academia Nacional de Ciencias Ambientales, opina que “tanto en la Argentina, como en la región en general, estamos bastante atrasados en cuanto al tratamiento de los residuos sólidos urbanos, en gran parte, por la excesiva producción de este tipo de residuos y del mal manejo que se hace de ellos”.

Con respecto a la posibilidad de autoabastecimiento energético, Estrada Oyuela tiene sus reservas. “Se debe comprender que hay varios factores que dificultan esta posibilidad. Uno de ellos es la poca competitividad que tendría esta energía alternativa frente a la producida a partir de hidrocarburos”, detalla quien tuvo un papel relevante en el proceso de negociación que comenzó con el Mandato de Berlín y desembocó en el Protocolo de Kyoto.

NOTAS ACLARATORIAS DEL MODERADOR:

Mandato de Berlín. Decisión negociada durante la primera Conferencia de Partes de la
Convención de las Naciones Unidas para el estudio del Cambio Climático (UNFCCC) que tuvo lugar en marzo del 1995 en la ciudad de Berlín. Concluyó que los compromisos hasta tal momento (1995), bajo la convención UNFCCC, no fueron adecuados, ya que anteriormente se había propuesto que los países en desarrollo iban a reducir sus emisiones de gases de invernadero en el 2000 hasta los niveles del 1990.

Protocolo de Kyoto. (1997) tiene los mismos objetivos, principios e instituciones de la Convención, pero refuerza ésta de manera significativa ya que a través de él las Partes incluidas en el anexo I se comprometen a lograr objetivos individuales y jurídicamente vinculantes para limitar o reducir sus emisiones de gases de efecto invernadero. Sólo las Partes a la Convención que sean también Partes del Protocolo (es decir, que lo ratifiquen, acepten, aprueben o adhieran a él) se ven obligadas por los compromisos del Protocolo. Entre todos suman un total de recorte de las emisiones de gases de efecto invernadero de al menos el 5% con respecto a los niveles de 1990 en el periodo de compromiso de 2008-2012.

“Esta idea requiere de una conciencia ambiental que actualmente no está presente y de una serie de medidas que hagan estas políticas atractivas ya que, como costumbre cultural, no puede imponerse”:

Entre estas políticas, Estrada Oyuela propone “una ley que limite la excesiva producción de envases plásticos, un sistema de basura diferenciado que facilite el reciclado, y un plan de sustitución de consumo, como existe en Inglaterra, donde ya se producen envases de plástico biodegradables.”

Para finalizar, opina: “llegar a basura cero es bastante difícil, pero es factible reducirla en un gran porcentaje si todos logramos entender que tirar algo a la basura no es para nada gratuito”.

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